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199802
Febrero 1998
1 Corintios 2, 1-5Pablo es el "Apóstol de las naciones", el que, sin exagerar, puede afirmar haber hecho más que todos los demás apóstoles. El realiza, con su vida, el mandamiento del Resucitado: "Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28, 19). Al mismo tiempo, llega incluso a enfrentarse con Pedro y los ancianos para exigir que no se imponga nada superfluo. Sabe que Dios respeta la libertad de la persona. Cada uno está invitado a permanecer "tal y como Cristo le ha encontrado". No hay condición ni origen despreciables. Sólo la fe, la confianza es necesaria. Y es el mismo Pablo quien afirma: "Y me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso. Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría". Sí, para Pablo, la fe no se puede suscitar mas que por la acción del Espíritu. Los discursos convincentes y las manifestaciones extraordinarias no aportan el fundamento sólido a la fe.
Pablo nos abre el camino de la misión como testimonio. Aportar el Evangelio es ser engendrado a la vida en plenitud. Con una mirada de bondad, podemos dejar que una espera crezca en el otro. Reconociendo y dando testimonio del don gratuíto de Dios, podemos permitir que el otro se atreva a dar su vida.
La misión es también el reconocimiento de la acción del Espíritu Santo que nos precede y habita en cada criatura humana. Descubriendo los dones de los demás, mi vida se enriquece. Dando testimonio del motivo por el que doy mi vida, aceptando que lo esencial se transmite incluso a través de mi pobreza, se profundiza una comunión basada en lo esencial.
¿Cuáles son las personas que han suscitado y han hecho crecer en mí una capacidad para confiar, una capacidad para darme?
¿Cómo discernir la acción del Espíritu Santo en los que me rodean?
Taizé
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